viernes, 16 de noviembre de 2012

“Que la Argentina sepa” La Argentina no sabe. La Argentina ¿no sabe? Que Santiago del Estero sepa. Santiago del Estero ¿no sabe? El pastor evangelista que vino desde Mendoza a dar la bendición final al cuerpo de Miguel Galvan, el campesino asesinado en el Paraje El Simbol en el mes de octubre de 2012, cerró su oración con esas palabras, “Que la Argentina sepa”. ¿Qué sepa qué? Que sepa que al Norte de la Provincia de Santiago del Estero, donde ya deja de ser Santiago y empieza a ser Salta aunque los salteños no quieran y los santiagueños tampoco, y aunque hace no mucho era Santiago y no Salta, y aunque unos metros más allá ya sería Chaco y no Santiago ni Salta, al Norte Norte, pasando Monte Quemado, que ya es muy al Norte, vive gente. Che… ¿pero no será muy poco pedir eso? O mejor, ¿qué implica decir que vive gente? Vida… implica vida, y eso sí que no es poco. Que se sepa que hay vida, una vida que vive más allá de tu pupo, y de mi pupo. Una vida que vive más allá del Estado, y del capitalismo. Una vida que a lo mejor no entiendas ni compartas, y es tal vez por eso que no la consideras vida ¿o sí la consideras vida? No la entiendes ni la compartes porque es diferente, es una vida distinta, en realidad es distinta vida. Porque vos piensas en uno, y esa vida se piensa de a varios. Porque vos piensas en progreso, esa vida piensa en el vivir bien. Porque vos piensas que manipulas y dominas la tierra, y esa vida es la tierra. Y es tal vez por eso, por esa distancia humana, de racionalidades, razones y dignidades diferentes es que no la entiendes ni la compartes. ¿Pero no entender ni compartir un modo de ser-en-el-mundo es motivo suficiente para mirar para otro lado? Porque esa vida está siendo violada. Hace 500 años que está siendo violada y sigue. Y es violación la palabra, no hay otra. Tan violenta, impune, patriarcal, espeluznante, triste y denigrante para quien la comete. Están violando vida, estamos violando vida, la vida, de personas, concretas, los campesinos y las campesinas son personas, concretas, de carne y hueso. Mientras nos sentimos orgullosos por juzgar genocidas que han asesinado, torturado y desaparecido somos testigos de la violación a la vida de cientos de miles de familias campesinas en Santiago y en Mendoza… y en Cordoba, y en Jujuy y en Neuquen, y en Santa Fe, y en San Juan, y en Tucumán y en todas las Provincias. ¿A qué llamamos violación? ¿A qué no se respeten los DDHH? Si a eso, pero ni los más mínimos. A que el Estado no está, no estuvo ni tiene proyectos de estar. Ni haciendo una ruta, ni llevando luz, ni agua. Porque no hay agua, ni luz, ni señal de celular. Igual todo eso no hace falta, no hizo falta, ni hará falta para que la vida que vive allí se viva con dignidad, suma dignidad, tal vez demasiada dignidad. Y cuando está, está con cara de policía, que persigue, tortura y no toma denuncias; o de maestra represora, que con una varilla pega a quien se le escapó una palabra en quichua, o a quien habla del MOCASE con orgullo en sus clases. Violación es que lo maten a Cristian Ferreyra, a los 23 años por el sólo hecho de comenzar un proceso de organización comunitaria para defender la porción de tierras de la que hace más de 50 años su familia formaba parte. Que lo mate otro campesino, que había sido contratado por un empresario sojero por recomendación del intendente del pueblo, que lo había ido especializando en el arte de amedrentar y facilitar desalojos. Violación es que el matador haya sido denunciado varias veces por distintas personas ante la comisaria y el Juzgado de Monte Quemado por amenazar, portar armas y hacer disparos, y que el Juez y la Policía no hayan hecho nada. Violación es que luego del disparo a Cristian y a Darío en el alero del rancho de su casa la ambulancia no haya llegado nunca, que la policía haya llegado 10 horas después a la escena del crimen. Violación es que luego de un disparo en una pierna una persona no reciba ningún tipo de asistencia del estado hasta morir desangrado en la puerta de su casa. Violación es que luego del hecho la respuesta del Estado provincial sea ofrecer una casa y un contrato a la viuda y al herido a cambio de que no reciban la asistencia legal del MOCASE y de que salgan en declaraciones a negar que se trate de conflictos por la tierra. Una solución estética, para la foto, denigrante. Violación es que a un año del hecho las hermanas y los hermanos de Cristian reciban amenazas de parte de la familia del matador (les muestran balas en las escuelas a niños de 10 años) y que la policía diga que no les puede tomar la denuncia porque tienen orden de no tomarles denuncias a los del MOCASE. Violación es que antes de que lo maten a Miguel el estado provincial a través del Comité de Emergencia haya constatado la gravedad de la situación en la zona y no se haya hecho nada. Violación es que sigan matando campesinos y campesinas, y que la respuesta política –no sólo del gobierno sino de todo el arco político provincial- sea poner excusas y justificaciones, espejitos de colores… ¿será porque no saben? ¿será porque no entienden? Será porque no quieren saber o no quieren entender. Será nuestra lucha. Y esos molinos de vientos que reivindican en el discurso la lucha campesino indígena pero que sin tapujos ni eufemismos exponen la teoría de los dos demonios para explicar el asesinato de los compañeros, serán derrotados por la historia, por la histórica lucha de los quijotes y las quijotas del monte, que con sabiduría ancestral y paciencia militante dan testimonio de vida y de dignidad. Que se sepa.