No soy de aquellos a quienes les gusta alimentar las construcciones míticas en torno al santiagueñazo, pero sí creo en ese episodio como un hito en nuestra historia, y como tal hay que recordarlo, pensarlo, traerlo, que movilice e ilumine nuestro presente.
El santiagueñazo es un hito en la historia no sólo de los santiagueños,es un hito en la historia del país, de nuestra sudamérica y del mundo todo: uno de los primeros levantamientos populares contra la implementación de medidas neoliberales. Para nuestro padecer, esas medidas finalmente fueron impuestas en nuestra provincia y en nuestro país con consecuencias que aún hoy padecemos.
Aquella fecha que parece tan lejana (16 y 17 de diciembre de 1993)está más viva que nunca. En un momento en el que estamos construyendo un modelo de país muy distinto es necesario recordar aquellos acontecimientos para tener presente esos lugares a los que no queremos volver, lugares a los que en realidad nunca quisimos llegar como pueblo, y el santiagueñazo fue, es y será un ejemplo de ello.
Por eso resulta llamativo ver en nuestro Santiago a altos funcionarios presentando felices en ampulosas conferencias a promotores del capitalismo salvaje que vienen con la consigna de vendernos recetas neoliberales para contrarestar una crisis que sólo ellos ven... ajuste! es la palabra que no se animan a decir... hablan de enfriar la economía, bajar el gasto, controlar la inflación... quieren ajuste.
En este camino que decidimos desandar, en este camino de apoyo a un modelo de país inclusivo, más justo, más soberano, mas integrado a nuestra América Latina, el 16 y 17 de diciembre de 1993 tiene que ser una guía, un recordatorio del rechazo de todos a un modelo de país injusto, dependiente y arrodillado ante las potencias mundiales.
Es verdad que faltan cosas, pero estamos convencidos que vamos en la dirección correcta. Es necesario defender los logros obtenidos y luchar por aquellos que faltan.Es imprescindible construir en Santiago un espacio Nacional y Popular claro, que tenga clara conciencia de hacia donde queremos ir, y a dónde no queremos volver.
viernes, 17 de diciembre de 2010
viernes, 3 de diciembre de 2010
Lo que está siendo es historia
La muerte es Gorila y Dios No es Argentino escribía el día de la muerte de Néstor. Todavía golpeado por la noticia, sumado en un estado de incertidumbre, tristeza y desazón. Dos días después, empecé a comprender el proceso: la fortaleza de la presidenta, la integridad del gabinete, la miseria de la prensa canalla, el desconcierto de la oposición, pero sobre todo la grandeza de la gente… de esa gente que iba a gritarle en la cara a la Presidenta durante horas y horas “seguí mujer, seguí estamos con vos” me hizo ver que no había motivos para la incertidumbre ni la desazón. Y si quedaba lugar para la tristeza era porque sentíamos hasta el pecho la pérdida de una figura como la del pingüino, que marca a fuego a todos, pero en especial a nosotros, a la changada que nos criamos con Menem en la Casa Rosada, que crecimos pensando que la política era sinónimo de cagar a las mayorías, andar en ferraris, acostarse con vedettes y hacer papelones por el mundo.
Creo que la muerte de Néstor, y lo que se generó a partir de entonces, es, entre otras cosas, una invitación a reflexionar en términos históricos sobre el proceso político que estamos viviendo. En este último mes –e inclusive desde antes- hemos escuchado reiteradamente que hay un antes y un después en la historia Argentina a partir del kirchnerismo, el problema es que el “después” está siendo, lo estamos viviendo, lo estamos construyendo. En esa dirección, estas líneas intentarán ser un análisis en términos históricos del kirchnerismo mientras está siendo.
En primer lugar el kirchnerismo como proceso histórico nos sitúa en el plano de la realidad construida y por construir, mostrándonos que todo proceso político es inacabado, que todo proceso político es humano y, como tal, perfectible. No pretendamos que no tenga puntos de fuga, límites ni errores. Esto es política señores, es acción humana tendiente a fines, y como tal, imperfecta. El kirchnerismo es una invitación a dejar de lado el purismo político de algunos que se sientan a señalar los errores que la realidad nos devuelve, una invitación a desterrar la inocencia inconducente de pretender la perfección… por favor compañeros, las historia ha dejado bien en claro que esos intentos de perfección terminan en campos de concentración o gulags. Y esto que postulamos aquí no es un propósito de excusas, es simple y llanamente la explicitación el ABC de la política, las utopías son eso, utopías. Conservémoslas y luchemos por los ideales que encarnan, que sean nuestro combustible hacia un mundo mejor, hacia un país mejor, pero no pretendamos por decreto instantáneo que esa utopía se transforme en realidad, no va a suceder compañeros, no puede suceder, no tiene que suceder.
Pero el kirchnerismo, además de ser imperfecto es un proceso político que propone, muestra y asume un modelo de país diferente al anterior. Si hablamos de que hay un antes y un después en la historia argentina desde 2003 es justamente porque hay un cambio consciente, deliberado. Hoy está claro, salvo para algunos trasnochados de la historia como la izquierda funcional, que el kirchnerismo ha implicado un profundo cambio respecto del modelo que desde 1976 se pretendía imponer a sangre y fuego en nuestro país.
Dicho cambio de modelo ha implicado e implicará muchas cosas, pero consideramos una como fundamental, trascendente, el profundo proceso de re construcción y consolidación del Estado. Característica esta que permite valorarlo mientras se desarrolla puesto que lo emparenta con procesos políticos de la talla del yrigoyenismo y del peronismo, cuyo principal aporte fue justamente el intento (imperfecto, como toda acción política y humana) de construir un Estado. Esto significa lisa y llanamente la conformación de un espacio que pretenda niveles razonables de autonomía respecto de las distintas corporaciones, autonomía que le permita la promoción y defensa de mayorías ciudadanas que se ven afectadas por la prédica y la práctica que tales corporaciones llevan a cabo en defensa de sus intereses particulares.
Sectores y actores corporativos claves están enfrentados con el kirchnerismo, al igual que lo estuvieron con el primer radicalismo y con el primer peronismo (la Iglesia, los medios de comunicación, lo más concentrado del sector agropecuario, lo más rancio de la otrora llamada “clase política”, algunos sectores de la industria, etc.) dando cuenta justamente de la resistencia de estos de someterse a la acción de un Estado que se pretende autónomo de sus intereses sectoriales. Ojo, esto no significa que desde el Estado se lleven a cabo acciones deliberadas tendientes a perjudicar dichos sectores, muy por el contrario, significa su regulación en pro de un bienestar que alcance a mayor cantidad de compatriotas. Los datos están a la vista, muy pocas veces en la historia el mundo agrario tuvo las ganancias que está teniendo, al igual que la industria o los bancos.
La construcción del Estado implica la recuperación de la política como herramienta al servicio del pueblo, recuperación que permite a la vez reducir la distancia entre la gente y su dirigencia. Lo dijo Dolina hace poco, el poder político ahora está en un lugar distinto del poder económico. Desde el 76 los argentinos nos habíamos acostumbrados a que poder político y poder económico estén en un mismo lugar, desde los 90 a que exista una “clase política” cuya función sea la de convencer al pueblo mediante justificaciones inmorales de la necesariedad de ceder a los intereses de las corporaciones.
Como militantes, como ciudadanos convencidos que decidimos ponerle el cuerpo a nuestras ideas, tenemos que tomar real dimensión de lo que el kirchnerismo está significando para la historia nacional, un proceso que ha devuelto al pueblo la política como herramienta de liberación a partir de la necesaria construcción del Estado como un espacio autónomo de las corporaciones, pero siendo conscientes de lo inacabado de todo proceso político. De ahí su magia, de ahí la constante y eterna invitación a seguir trabajando por aquello que falta y defendiendo lo que se consiguió.
(texto a publicar en Prensa La Cooke)
Creo que la muerte de Néstor, y lo que se generó a partir de entonces, es, entre otras cosas, una invitación a reflexionar en términos históricos sobre el proceso político que estamos viviendo. En este último mes –e inclusive desde antes- hemos escuchado reiteradamente que hay un antes y un después en la historia Argentina a partir del kirchnerismo, el problema es que el “después” está siendo, lo estamos viviendo, lo estamos construyendo. En esa dirección, estas líneas intentarán ser un análisis en términos históricos del kirchnerismo mientras está siendo.
En primer lugar el kirchnerismo como proceso histórico nos sitúa en el plano de la realidad construida y por construir, mostrándonos que todo proceso político es inacabado, que todo proceso político es humano y, como tal, perfectible. No pretendamos que no tenga puntos de fuga, límites ni errores. Esto es política señores, es acción humana tendiente a fines, y como tal, imperfecta. El kirchnerismo es una invitación a dejar de lado el purismo político de algunos que se sientan a señalar los errores que la realidad nos devuelve, una invitación a desterrar la inocencia inconducente de pretender la perfección… por favor compañeros, las historia ha dejado bien en claro que esos intentos de perfección terminan en campos de concentración o gulags. Y esto que postulamos aquí no es un propósito de excusas, es simple y llanamente la explicitación el ABC de la política, las utopías son eso, utopías. Conservémoslas y luchemos por los ideales que encarnan, que sean nuestro combustible hacia un mundo mejor, hacia un país mejor, pero no pretendamos por decreto instantáneo que esa utopía se transforme en realidad, no va a suceder compañeros, no puede suceder, no tiene que suceder.
Pero el kirchnerismo, además de ser imperfecto es un proceso político que propone, muestra y asume un modelo de país diferente al anterior. Si hablamos de que hay un antes y un después en la historia argentina desde 2003 es justamente porque hay un cambio consciente, deliberado. Hoy está claro, salvo para algunos trasnochados de la historia como la izquierda funcional, que el kirchnerismo ha implicado un profundo cambio respecto del modelo que desde 1976 se pretendía imponer a sangre y fuego en nuestro país.
Dicho cambio de modelo ha implicado e implicará muchas cosas, pero consideramos una como fundamental, trascendente, el profundo proceso de re construcción y consolidación del Estado. Característica esta que permite valorarlo mientras se desarrolla puesto que lo emparenta con procesos políticos de la talla del yrigoyenismo y del peronismo, cuyo principal aporte fue justamente el intento (imperfecto, como toda acción política y humana) de construir un Estado. Esto significa lisa y llanamente la conformación de un espacio que pretenda niveles razonables de autonomía respecto de las distintas corporaciones, autonomía que le permita la promoción y defensa de mayorías ciudadanas que se ven afectadas por la prédica y la práctica que tales corporaciones llevan a cabo en defensa de sus intereses particulares.
Sectores y actores corporativos claves están enfrentados con el kirchnerismo, al igual que lo estuvieron con el primer radicalismo y con el primer peronismo (la Iglesia, los medios de comunicación, lo más concentrado del sector agropecuario, lo más rancio de la otrora llamada “clase política”, algunos sectores de la industria, etc.) dando cuenta justamente de la resistencia de estos de someterse a la acción de un Estado que se pretende autónomo de sus intereses sectoriales. Ojo, esto no significa que desde el Estado se lleven a cabo acciones deliberadas tendientes a perjudicar dichos sectores, muy por el contrario, significa su regulación en pro de un bienestar que alcance a mayor cantidad de compatriotas. Los datos están a la vista, muy pocas veces en la historia el mundo agrario tuvo las ganancias que está teniendo, al igual que la industria o los bancos.
La construcción del Estado implica la recuperación de la política como herramienta al servicio del pueblo, recuperación que permite a la vez reducir la distancia entre la gente y su dirigencia. Lo dijo Dolina hace poco, el poder político ahora está en un lugar distinto del poder económico. Desde el 76 los argentinos nos habíamos acostumbrados a que poder político y poder económico estén en un mismo lugar, desde los 90 a que exista una “clase política” cuya función sea la de convencer al pueblo mediante justificaciones inmorales de la necesariedad de ceder a los intereses de las corporaciones.
Como militantes, como ciudadanos convencidos que decidimos ponerle el cuerpo a nuestras ideas, tenemos que tomar real dimensión de lo que el kirchnerismo está significando para la historia nacional, un proceso que ha devuelto al pueblo la política como herramienta de liberación a partir de la necesaria construcción del Estado como un espacio autónomo de las corporaciones, pero siendo conscientes de lo inacabado de todo proceso político. De ahí su magia, de ahí la constante y eterna invitación a seguir trabajando por aquello que falta y defendiendo lo que se consiguió.
(texto a publicar en Prensa La Cooke)
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