lunes, 24 de octubre de 2011

SOBRE LA INKOMPRENSION

El 50% de los votos que obtuvo la fórmula presidencial encabezada por Cristina Fernández de Kirchner (obteniendo una de las diferencias más grandes de la historia electoral argentina respecto del segundo) en las PASO del agosto último sorprendió a propios y extraños. Más allá de algunos indicios que el eterno calendario electoral 2011 venía dando tanto en sentido positivo como negativo para el kirchnerismo, el resultado no dejó de ser llamativo y –sobre todo-aplastante para una oposición que renunció a la posibilidad de una construcción política alternativa en pro de la sumisión a las consignas de lo que podríamos llamar el “establishment” argentino, al que finalmente mostró responder y representar sin ruborizarse.
Si bien para algunos –pocos- el resultado electoral fue una lección a ser aprendida, para otros –la mayoría- fue una oportunidad para seguir manifestando su odio e incomprensión. Los días posteriores al 14 de agosto hemos leído y escuchado las más irrisorias explicaciones del resultado, que desde la izquierda a la derecha juzgaban la (in) capacidad de ejercer el derecho al sufragio de los sectores populares. Hipótesis puestas a circular como la del voto plasma que pretendían ocultar el tremendo proceso de identificación entre un pueblo y un movimiento político, olvidándose que el voto CFK atravesó espacios sociales, geográficos, simbólicos y económicos.
El kirchnerismo comparte con otros movimientos y procesos políticos argentinos (el radicalismo yrigoyenista y el peronismo) la característica de ser profundamente incomprendido, no se lo entiende, no se lo aprehende, en muchos casos porque no se lo quiere entender, en otros porque no se lo puede entender, pero a no asustarse que así parece venir la mano cuando el pueblo asume algunos roles protagónicos a través del voto y la militancia.
Los que no quieren entender son muchos, la mayoría de los cuales tienen intereses en juego, muchos intereses. Niegan la realidad (si es que existe), la distorsionan, y descaradamente pretender proponer su visión sesgada como la única. Es verdad que la realidad se erige sobre la base de luchas y disputas simbólicas por construirla, pero hay datos estructurales que forman parte de esa realidad. No hay posibilidad de confrontación ni dialéctica en torno al discurso único heredado del neoliberalismo triunfante de fines del siglo XX. Frente a ello hemos dado y se está dando una batalla terrible. América Latina –al igual que otros continentes que han sufrido la colonización en su historia- se caracteriza por la existencia en sus países de clases medias y altas cipayas, esto es, sectores que poseen recursos, formación y capacidad de decisión (desde sus empresas privadas y desde cargos de gestión pública en los tres poderes del estado) cuyos privilegios parecen estar asociados a la defensa acérrima de los intereses de las potencias extranjeras, a costa del hambre de sus propios compatriotas. A su vez estos sectores han tenido muy buena capacidad de articulación de demandas y de representación corporativa y política a lo largo de la historia de nuestro continente. Por eso es que aún hoy, los presidente latinoamericanos siguen hablando de la necesidad de independencia, ya que si bien el proceso revolucionario decimonónico dio pasos sustanciales al respecto, es clara la dependencia que existió durante el siglo XX respecto de Inlgaterra primero y EEUU después (en ese sentido el No al Alca fue paradigmático). En esta dirección la dicotomía setentista patria o colonia no deja de tener vigencia. Actores mediáticos, periodísticos, políticos, sociales, y económicos se encolumnan detrás de la militancia por un país que responda a los esquemas coloniales. Estos sectores no van a entender porque no quieren entender, porque entender significaría renunciar a sus egoístas privilegios, no cabe pretender que comprendan, es necesario derrotarlos políticamente, en elecciones y en la construcción de sentidos e identidades. La disputa simbólica sigue siendo clave (mucho tendrá que ver en esto la vigencia de la nueva ley de medios y la formación de una militancia nacional y popular comprometida), disputa democrática por excelencia.
También están los otros, lo que no pueden entender, o se resisten a ver. Si recurrimos a la historia veremos que es el lugar que tradicionalmente ocuparon: corren por izquierda a los gobiernos populares con la pretensión de debilitarlos, aún a costa de que los sectores conservadores y oligárquicos asuman el poder. Son quienes suscriben las ideas de un cambio social revolucionario reproduciendo un discurso de subalternidad, negando la capacidad de los sujetos políticos de ser protagonistas. Por eso desprecian lo popular, desprecian a los trabajadores que dicen representar e inclusive desprecian la democracia –por burguesa-. Dentro de este de “incomprendedores“ también podríamos situar a los apolíticos honestitas. El discurso de que sin corrupción y mera gestión de recursos es posible un país justo, negando definiciones ideológicas y políticas. La Alianza ya fracasó, deberíamos haber aprendido.
Pero en realidad lo que no se comprende va más allá del 50%. Lo que no se comprende es la magnífica adhesión popular a un proyecto que propone –sobre todas las cosas- la construcción de un Estado nuevo, un Estado que se ha identificado como nacional y popular. Frente a la paz de cementerio pretendida por el neoliberalismo reinante, el kirchnersimo irrumpe en la historia Argentina (de la mano con procesos similares en otros países latinoamericanos) proponiendo un nuevo modelo de Estado, en plena construcción y desarrollo, pero que ya va mostrando algunas características que lo proponen como diferente, muy diferente al pretendido por la porfía neoliberal.
Un Estado que en lo económico asume un rol activo que permite subordinar el andar de la economía a las directivas políticas, un Estado que fortalece el consumo interno con la pretensión de aumentar el empleo y la calidad de vida de las personas, un Estado que fortalece el aparato productivo (pensemos en la increíble reactivación industrial del 2003 a la fecha), y sobre todo un Estado que asume el compromiso de la justicia social.
Un Estado que en lo político ha devuelto al pueblo la política como herramienta de construcción y cambio, un Estado que se ha dedicado a visibilizar actores sociales, políticos y económicos olvidados, otorgándoles derechos y reivindicaciones, un Estado que ya no se concibe a sí mismo como enemigo de su pueblo, sino como su defensor, esta definición ya vale mucho.
Un Estado que en el plano internacional se permite la construcción de alternativas contra hegemónicas, poniendo fin a las traumáticas relaciones carnales, un Estado que se permite ser latinoamericano y encara y trabaja una alianza estratégica escuchando los deseos de los próceres independentistas, un Estado que asume su condición de no-primer mundo y –asumiendo roles protagónicos- trabaja en la construcción de una comunidad internacional más justa.
Un Estado que ha vuelto a poner a la educación, la ciencia y la tecnología como su preocupación fundamental, construyendo escuelas, otorgando becas, repatriando científicos.
Lejos de pretensiones maniqueas el kirchnerismo está desandando el camino que conduce a la construcción de un Estado que asuma las tres banderas históricas del peronismo: soberanía política, independencia económica y justicia social.
Pero además el kirchnerismo da cuenta de que ningún proceso político es acabado. Esta es también una de las cosas que no se quiere ver. Las pretensiones de perfección de los procesos políticos han terminado en campos de concentración o goulags. Todo proceso político es perfectible, mejorable, superable; y en ese sentido es necesario marcar errores y saldos. Pero la política está atravesada por el principio de factibilidad, es el plano de lo posible sobre el cual operan utopías e ideales sí, pero como utopías o ideales. El espacio de la política se construye en base a lo que existe, apelando al mejor resultado en función del horizonte de posibilidades existente (correlación de fuerzas, alianzas políticas, capacidad económica, etc.). Esto no es una lección de realismo político, es una apelación a la sensatez, al sentido común.
Pero hay un sector que sí comprendió, un sujeto que está nuevamente nominado y nuevamente en construcción, apelado e interpelado: el pueblo. El pueblo comprende que antes que comer el sándwich hay que comprar el pan. El pueblo entiende que el kirchnerismo propone un nuevo Estado, que tiene límites, pero es la base sobre la que hay que profundizar si se aspira a un país mas justo. De modo que si el pueblo entiende al kirchnerismo, quienes no entienden al kirchnerismo no entienden al pueblo, allí lo peor de la incomprensión. No comprenden la conformación de una identidad nuevamente consolidada que se ha volcado masivamente al espacio público (bicentenario, muerte de Néstor) y a las urnas a dar su apoyo y confianza. Un pueblo que comenzó a ver los frutos de ese nuevo Estado en construcción, que ha asumido una definición política de fondo, abandonar la idea de ser un Estado que mata y empezar a ser un Estado que defiende la vida.

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