lunes, 24 de octubre de 2011

CRISTINAZO




El 50% de agosto sorprendió hasta los más optimistas, el 54% de ayer ya no. Un año después de la más triste noticia política de los últimos años, asistimos a la más alegre. Y hablo de alegría y tristeza en política porque es lo que se respira, es lo que se percibe. Así como el pueblo (hablo de pueblo y no de gente) estaba triste, desconcertado, desolado cuando murió Néstor, hoy el pueblo está feliz, contento, esperanzado, festejando. Sin embargo ella, Cristina, aquel 27 de octubre en el que miles de argentinos fueron a gritarle a la cara "¡Fuerza Mujer!" se mostraba entera, segura, consoladora... el pueblo desconcertado, su líder con pie de plomo. Ayer, desde temprano Cristina pareció vulnerable, como en esa foto en los brazos de Néstor. No digo débil, no digo endeble, digo permitiéndose el abrazo de un pueblo que manifestaba el mayor respaldo político desde la vuelta a la democracia (sólo equiparable a las elecciones de Yrigoyen y Perón)... cuando el pueblo expresó el rumbo, manifestó seguridad, recién ella se dejó acariciar y se cobijó en su seno, tal como lo hacía en los brazos de Néstor.
Y todos reconocen su centralidad en el triunfo electoral, y el pueblo la aclama, la espera, la llora de alegría. Cristina emociona, y emociona la cara de los que se emocionan con ella. Y ella se corre, ella recuerda a su compañero, no como viuda -aclara-, como militante, lo reconoce como el artífice de esto, de este nuevo Estado, de esta otra Argentina. Reconoce que cuando más negro estaba el cielo, se calzó el overol y se puso al frente de una elección perdida en la Provincia de Bs. As. Allá por el 2009 ¿se acuerdan?
Es verdad que el triunfo es de Cristina. Y de Néstor. Hablamos de Cristinazo y está bien, porque fue un golpe tremendo -y esperemos que certero- al corazón de la patria corporativa que a pesar de las señales se resiste a ceder. Un golpe de votos, de democracia, de participación y de consolidación de una mujer que representa y es representada por su pueblo. Pero Cristina somos todos y al Cristinazo lo hicimos todos. Y cuando digo todos digo los militantes.
El ejemplo de Néstor asumiendo la tarea épica en las legislativas del 2009 es replicable en distintas escalas a miles y miles de militantes. El 2008 marcó un antes y un después en la política argentina reciente, en ese entonces las corporaciones agro-financieras-mediáticas había logrado articular una identidad política tremenda, y el campo eran todos, y los kirchneristas? unos parias, la peste misma. No sé cuántos éramos, tampoco importa, lo cierto es que salimos todos a dar el debate, la lucha discursiva... todos... y no alcanzó, perdimos en 2009 y fuimos más apestos.
En el trabajo, en la universidad, en la familia, en el futbol, en las jodas, en la calle, en los comercios, en los blogs, en el facebook, en las radios, en todos lados... Vino la defensa de la ley de medios, vino la defensa por el matrimonio igualitario, por la Asignación, el debate hipócrita de los que fundieron al país por el 82%, y la tendencia se fue revirtiendo... ya no eramos tan parias, "algo estaba pasando".
Llegó el bicentenario, según dicen los que saben, Cristina lapicera en mano diseñó casi todos los cuadros que puso en escena fuerza bruta. Quería que el festejo fuera del pueblo, y el festejo fue del pueblo, la pucha si lo fue. Las terribles manifestaciones de dolor y adhesión en los funerales del pingüino terminaron de mostrar que la batalla discursiva y simbólica estaba empezando a darse vuelta.Y no lo hizo Cristina sola, no lo pudo haber hecho, todos participamos, difundiendo un conjunto de ideas en las que creemos, con vehemencia y convicción, pero con respeto y la democracia como bandera.
Esa batalla no está ganada, hay que seguirla dando, todos, porque al Cristinazo lo hicimos todos los compañeros, y tenemos que seguirlo haciendo, profundización de modelo mediante,con más organización, con más militancia, y con más conciencia política.


SOBRE LA INKOMPRENSION

El 50% de los votos que obtuvo la fórmula presidencial encabezada por Cristina Fernández de Kirchner (obteniendo una de las diferencias más grandes de la historia electoral argentina respecto del segundo) en las PASO del agosto último sorprendió a propios y extraños. Más allá de algunos indicios que el eterno calendario electoral 2011 venía dando tanto en sentido positivo como negativo para el kirchnerismo, el resultado no dejó de ser llamativo y –sobre todo-aplastante para una oposición que renunció a la posibilidad de una construcción política alternativa en pro de la sumisión a las consignas de lo que podríamos llamar el “establishment” argentino, al que finalmente mostró responder y representar sin ruborizarse.
Si bien para algunos –pocos- el resultado electoral fue una lección a ser aprendida, para otros –la mayoría- fue una oportunidad para seguir manifestando su odio e incomprensión. Los días posteriores al 14 de agosto hemos leído y escuchado las más irrisorias explicaciones del resultado, que desde la izquierda a la derecha juzgaban la (in) capacidad de ejercer el derecho al sufragio de los sectores populares. Hipótesis puestas a circular como la del voto plasma que pretendían ocultar el tremendo proceso de identificación entre un pueblo y un movimiento político, olvidándose que el voto CFK atravesó espacios sociales, geográficos, simbólicos y económicos.
El kirchnerismo comparte con otros movimientos y procesos políticos argentinos (el radicalismo yrigoyenista y el peronismo) la característica de ser profundamente incomprendido, no se lo entiende, no se lo aprehende, en muchos casos porque no se lo quiere entender, en otros porque no se lo puede entender, pero a no asustarse que así parece venir la mano cuando el pueblo asume algunos roles protagónicos a través del voto y la militancia.
Los que no quieren entender son muchos, la mayoría de los cuales tienen intereses en juego, muchos intereses. Niegan la realidad (si es que existe), la distorsionan, y descaradamente pretender proponer su visión sesgada como la única. Es verdad que la realidad se erige sobre la base de luchas y disputas simbólicas por construirla, pero hay datos estructurales que forman parte de esa realidad. No hay posibilidad de confrontación ni dialéctica en torno al discurso único heredado del neoliberalismo triunfante de fines del siglo XX. Frente a ello hemos dado y se está dando una batalla terrible. América Latina –al igual que otros continentes que han sufrido la colonización en su historia- se caracteriza por la existencia en sus países de clases medias y altas cipayas, esto es, sectores que poseen recursos, formación y capacidad de decisión (desde sus empresas privadas y desde cargos de gestión pública en los tres poderes del estado) cuyos privilegios parecen estar asociados a la defensa acérrima de los intereses de las potencias extranjeras, a costa del hambre de sus propios compatriotas. A su vez estos sectores han tenido muy buena capacidad de articulación de demandas y de representación corporativa y política a lo largo de la historia de nuestro continente. Por eso es que aún hoy, los presidente latinoamericanos siguen hablando de la necesidad de independencia, ya que si bien el proceso revolucionario decimonónico dio pasos sustanciales al respecto, es clara la dependencia que existió durante el siglo XX respecto de Inlgaterra primero y EEUU después (en ese sentido el No al Alca fue paradigmático). En esta dirección la dicotomía setentista patria o colonia no deja de tener vigencia. Actores mediáticos, periodísticos, políticos, sociales, y económicos se encolumnan detrás de la militancia por un país que responda a los esquemas coloniales. Estos sectores no van a entender porque no quieren entender, porque entender significaría renunciar a sus egoístas privilegios, no cabe pretender que comprendan, es necesario derrotarlos políticamente, en elecciones y en la construcción de sentidos e identidades. La disputa simbólica sigue siendo clave (mucho tendrá que ver en esto la vigencia de la nueva ley de medios y la formación de una militancia nacional y popular comprometida), disputa democrática por excelencia.
También están los otros, lo que no pueden entender, o se resisten a ver. Si recurrimos a la historia veremos que es el lugar que tradicionalmente ocuparon: corren por izquierda a los gobiernos populares con la pretensión de debilitarlos, aún a costa de que los sectores conservadores y oligárquicos asuman el poder. Son quienes suscriben las ideas de un cambio social revolucionario reproduciendo un discurso de subalternidad, negando la capacidad de los sujetos políticos de ser protagonistas. Por eso desprecian lo popular, desprecian a los trabajadores que dicen representar e inclusive desprecian la democracia –por burguesa-. Dentro de este de “incomprendedores“ también podríamos situar a los apolíticos honestitas. El discurso de que sin corrupción y mera gestión de recursos es posible un país justo, negando definiciones ideológicas y políticas. La Alianza ya fracasó, deberíamos haber aprendido.
Pero en realidad lo que no se comprende va más allá del 50%. Lo que no se comprende es la magnífica adhesión popular a un proyecto que propone –sobre todas las cosas- la construcción de un Estado nuevo, un Estado que se ha identificado como nacional y popular. Frente a la paz de cementerio pretendida por el neoliberalismo reinante, el kirchnersimo irrumpe en la historia Argentina (de la mano con procesos similares en otros países latinoamericanos) proponiendo un nuevo modelo de Estado, en plena construcción y desarrollo, pero que ya va mostrando algunas características que lo proponen como diferente, muy diferente al pretendido por la porfía neoliberal.
Un Estado que en lo económico asume un rol activo que permite subordinar el andar de la economía a las directivas políticas, un Estado que fortalece el consumo interno con la pretensión de aumentar el empleo y la calidad de vida de las personas, un Estado que fortalece el aparato productivo (pensemos en la increíble reactivación industrial del 2003 a la fecha), y sobre todo un Estado que asume el compromiso de la justicia social.
Un Estado que en lo político ha devuelto al pueblo la política como herramienta de construcción y cambio, un Estado que se ha dedicado a visibilizar actores sociales, políticos y económicos olvidados, otorgándoles derechos y reivindicaciones, un Estado que ya no se concibe a sí mismo como enemigo de su pueblo, sino como su defensor, esta definición ya vale mucho.
Un Estado que en el plano internacional se permite la construcción de alternativas contra hegemónicas, poniendo fin a las traumáticas relaciones carnales, un Estado que se permite ser latinoamericano y encara y trabaja una alianza estratégica escuchando los deseos de los próceres independentistas, un Estado que asume su condición de no-primer mundo y –asumiendo roles protagónicos- trabaja en la construcción de una comunidad internacional más justa.
Un Estado que ha vuelto a poner a la educación, la ciencia y la tecnología como su preocupación fundamental, construyendo escuelas, otorgando becas, repatriando científicos.
Lejos de pretensiones maniqueas el kirchnerismo está desandando el camino que conduce a la construcción de un Estado que asuma las tres banderas históricas del peronismo: soberanía política, independencia económica y justicia social.
Pero además el kirchnerismo da cuenta de que ningún proceso político es acabado. Esta es también una de las cosas que no se quiere ver. Las pretensiones de perfección de los procesos políticos han terminado en campos de concentración o goulags. Todo proceso político es perfectible, mejorable, superable; y en ese sentido es necesario marcar errores y saldos. Pero la política está atravesada por el principio de factibilidad, es el plano de lo posible sobre el cual operan utopías e ideales sí, pero como utopías o ideales. El espacio de la política se construye en base a lo que existe, apelando al mejor resultado en función del horizonte de posibilidades existente (correlación de fuerzas, alianzas políticas, capacidad económica, etc.). Esto no es una lección de realismo político, es una apelación a la sensatez, al sentido común.
Pero hay un sector que sí comprendió, un sujeto que está nuevamente nominado y nuevamente en construcción, apelado e interpelado: el pueblo. El pueblo comprende que antes que comer el sándwich hay que comprar el pan. El pueblo entiende que el kirchnerismo propone un nuevo Estado, que tiene límites, pero es la base sobre la que hay que profundizar si se aspira a un país mas justo. De modo que si el pueblo entiende al kirchnerismo, quienes no entienden al kirchnerismo no entienden al pueblo, allí lo peor de la incomprensión. No comprenden la conformación de una identidad nuevamente consolidada que se ha volcado masivamente al espacio público (bicentenario, muerte de Néstor) y a las urnas a dar su apoyo y confianza. Un pueblo que comenzó a ver los frutos de ese nuevo Estado en construcción, que ha asumido una definición política de fondo, abandonar la idea de ser un Estado que mata y empezar a ser un Estado que defiende la vida.

jueves, 13 de octubre de 2011

Qué Onda loco?

Así suele saludarse la gente copada cuando se encuentra en lugares copados haciendo cosas copadas.Pero en esta oportunidad la voy a usar en otro sentido a la expresión, mi "que onda loco?" tiene que ver con una mueca de admiración, de cuestionamiento, de preguntar que carajo anda pasando.
Ayer fue 12 de Octubre, ex día de la raza, actual día de la diversidad cultural.Nadie puede acusar al escribiente de anti-indigenista, pero el escribiente anda medio indignado. Percibe catervas de adhesiones a la "lucha de los pueblos originarios" y acompañamientos de dolor a su tragedia histórica, de acuerdo compañeros, hasta ahí vamos bien pero... qué hacemos con eso? Nos quedamos en la declamación y el lamento? Hay que pensar la cuestión de los pobladores orignarios, pero pensarlo de manera seria, consciente, humana y dejarse de joder con tilinguerías baratas que condenan a un lugar exótico en la historia a esos pueblos. A ver muchachxs hijos de los bajados de los barcos como yo, cuando reivindicamos la lucha de los pueblos originarios qué es lo que estamos reivindicando? cuestiones étnicas? entonces qué tenemos que hacer nosotros? volver a los barcos e irnos todos y laburar 5 siglos gratis para las comunidades? Eliminar por decreto popular todos los Estados del continente? qué onda loco?
Reinvidicar su cultura y su identidad, bien, de acuerdo. Pero ellos qué piensan? digo... las comunidades, los actores, los sujetos... qué piensan al respecto? no será que estamos reproduciendo un discurso de subalternidad saliendo nosotros, miembros de las razas genocidas a reivindicar su identidad que durante 5 siglos hemos pisoteado y sobre cuya explotación se erige nuestro bienestar? Acaso no encierra un profundo gesto de hipocresía? porque si adscribimos a un discurso vinculado a reivindicaciones étnicas debemos asumir que somos parte de los genocidas (o al menos que tenemos sus genes, su educación su música, sus letras, sus comidas, etc.), y qué hacemos con eso?
Y no es sólo ese el punto hipócrita de la cuestión, además de levantar banderas en nombres de otros sin ni siquiera escuchar qué tienen para decirnos, en nuestro accionar cotidiano (laburo, discurso, trato, etc.) nos cagamos en los compañeros indígenas.
Lo que está en el fondo de esta cuestión es el tema del otro, de la alteridad. Es importante reconocer al otro, acompañar sus reivindicaciones, sus luchas, sus conquistas de derechos, la pregunta es cómo y para qué lo hacemos.En el "cómo" entrarían estas cuestiones de si acompañamos o pretendemos arrogarnos su representatividad, en si lo hacemos asumiendo sus particularidades identitarias y culturales o si le imponemos nuestra lectura y nuestro discurso. En el "para qué" cabría indagar si lo hacemos de meros comprometidos y luchadores de cuanta causa noble ande dando vuelta o si intentamos construir algo para conseguir algo... no sé.
Soy de los que prefieren que en una comunidad política se creen las condiciones para que cada grupo social, político y/o cultural pueda encontrar el espacio para luchar por sus intereses y reivindicaciones, y no de los que andan por la vida arrogándose el derecho de representar y ser la voz compungida del otro menospreciado que no puede hacerlo por sus propios medios.
No es sólo con la cuestión indígena que pasan estas cosas, también pasa con las múltiples representatividades que pesan sobre los trabajadores, sobre los campesinos, sobre los excluidos. Está el actor, el que sufre, el que intenta organizarse, que le cuesta, pero que tiene la paciencia y la sabiduría de comprender que la realidad no se adecua a cánones pre-establecidos, sino que la lucha es diaria y las conquistas progresivas, por un lado; y por otro el que se comió el cuento de algún trasnochado y viene a imponer su verdad ideal-tipica al chabon que la sufre, y se pone en pedagogo, le enseña porqué, cómo y cuánto sufre, y le dice qué tiene que hacer para dejar de sufrir.